miércoles, 27 de abril de 2011

Salir a la calle

Dos semanas atrás había leído la noticia en el diario, un chico de unos 23 años iba caminando por nueva Córdoba y de repente se le cayó un balcón en la cabeza. Como un piano marca acme, sólo que él no era el correcaminos y la enorme masa de cemento lo aplastó. Internado en estado grave.
Me había invadido una sensación extraña, aquella que alguna vez quiso asomar al ver en las noticias los muertos en un accidente entre dos colectivos, en el tsunami de japón o la guerrilla de Egipto, pero no había pasado del intento.
Una sensación distinta, al darme cuenta de que podía salir a la calle y que algo cayera del cielo y terminara con mi vida para siempre. Salir a la calle uno de estos días y no volver nunca.
Que lástima sentía por ese pobre pibe, pobre.
Salí temprano de casa porque quería pasar por una fotocopiadora camino al trabajo, me bajé del colectivo en el Disco que está pasando Cañada y Colón, saqué las copias y enfilé para la oficina. Pasé 9 de Julio, Dean Funes y llegando a 27 de Abril...


En la sala de terapia intensiva sólo se escuchaba un chillido continuo, pero en el pasillo el pibe de 23, ya recuperado, se había enterado y le daba el pésame a mi mujer, salir a la calle y no volver.

viernes, 22 de abril de 2011

Señor Maestro


"El problema de un hombre que descubre de golpe que una fatalidad biológica lo ha hecho nacer y lo ha metido en un mundo que él no acepta."

"En Los premios hay ese fenómeno, esa toma de conciencia de las limitaciones lingüísticas de un escritor; el hecho de que el lenguaje es una herencia recibida, una herencia pasiva en que él no ha tenido ninguna intervención. El lenguaje, la gramática, el diccionario, él los recibe como recibe la educación que le dan su madre y su maestro."

"Cambiar la realidad es en el caso de mis libros un deseo, una esperanza; pero me parece importante señalar que mis libros no están escritos, ni fueron vividos ni pensados con la pretensión de cambiar la realidad. Hay gente que ha escrito libros como contribución para una modificación de la realidad. Yo sé que la modificación de la realidad es una empresa infinitamente lenta y difícil. Mis libros no son funcionales en ese sentido. Un filósofo escribe un sistema filosófico convencido de que es la verdad y se supone que eso modificará la realidad, puesto que él supone que tiene razón. Un sociólogo establece una teoría y es lo mismo. Un político también pretende cambiar el mundo. En el caso mío el plano es muchísimo más modesto. Digamos que es Oliveira que habla; volvemos a uno de los temas constantes de Rayuela. Yo tengo la convicción profunda, y cada día que pasa la siento más profundamente, de que estamos embarcados en una vía, en un camino equivocado. Es decir que la humanidad se equivocó de camino. Estoy hablando sobre todo de la humanidad occidental porque de la oriental no sé gran cosa. Embarcados en un camino históricamente falso que nos está llevando directamente a la catástrofe definitiva, a la aniquilación por cualquier motivo: bélico, polución del aire, contaminación, cansancio, suicidio universal, lo que tú quieras. Entonces, en Rayuela sobre todo, hay ese sentimiento continuo de estar en un mundo que no es lo que debería ser porque—y aquí hago un paréntesis que me parece importante—, ha habido críticos que han pensado que Rayuela era un libro profundamente pesimista en el sentido de que no se hace en él más que lamentar el estado de cosas. Yo creo que es un libro profundamente optimista porque Oliveira, a pesar de su carácter broncos, como decimos los argentinos, sus cóleras, su mediocridad mental, su incapacidad de ir más allá de ciertos límites, es un hombre que se golpea contra la pared, la pared del amor, la pared de la vida cotidiana, la pared de los sistemas filosóficos, la pared de la política. Se golpea la cabeza contra todo eso porque es un optimista en el fondo, porque él cree que un día, ya no para él pero para otros, algún día esa pared va a caer y del otro lado está el «kibutz del deseo», está el reino milenario, está el hombre verdadero, ese proyecto humano que él imagina y que no se ha realizado hasta este momento. Rayuela es un libro escrito antes de mi toma de conciencia política e ideológica, antes de mi primer viaje a Cuba. Yo me di cuenta muchos años después que Oliveira es un poco como Lenin; y no tomes esto de manera pretenciosa. Es una comparación analógica, en el sentido de que los dos son optimistas, cada uno a su manera. Lenin no habría luchado todo lo que luchó si no hubiera creído en el hombre. Hay que creer en el hombre. Él es profundamente optimista, lo mismo que Trotsky. Así como Stalin es un pesimista, Lenin y Trotsky son optimistas. Y Oliveira a su manera mediocre y pequeña también lo es. Porque de lo contrario no hay más que pegarse un tiro o sencillamente seguir viviendo y aceptar todo lo bueno que hay en esta vida. El occidente tiene muchas cosas buenas.
Entonces la idea general de Rayuela es la comprobación de un fracaso y la esperanza de un triunfo. El libro no propone ninguna solución; se limita simplemente a mostrar los posibles caminos para echar abajo la pared y ver lo que hay del otro lado."

Cortázar por Cortázar
México, Universidad Veracruzana, Cuadernos de Texto Crítico. 1978.
Por Evelyn Picon Garfield

 

Hoy te crucé

Hoy te crucé, eras, para resumir, 19 kilos menos. 19 kilos menos de dignidad, de eficiencia, del equilibrio perfecto, de mano dura y fuente de temor. Ya no asustas a nadie, aunque seguro, muy seguro, que ya nadie va a tomarte el pelo.
Hoy te crucé y ahora sos vos el que tiembla de miedo, peleando a capa y espada contra un dragón que escupe fuego, que casi nunca te levanta el ego, pero no te permite caer.
Hoy te crucé y caminabas despacio, contando uno a uno los pasos que faltan para llegar, tachándolos en tu libretita de bolsillo.
Hoy te crucé dopado y tartamudeando, aunque quizás ese maltrato intermitente, sea lo único vivo en vos.
Hoy te crucé con la cabeza atrofiada, una bala en pecho y unas cuantas más abajo, y un rencor insoportable en la mirada.
Hoy te crucé y espero volver a hacerlo mañana.
Aunque si te vas, ojala sea porque querés. Ojala no te lleve ella a ningún lado. Ojala la dejes esperando ansiosa, avanzando lento pero firme, arrasando con todo a su paso. Ojala no esté presente en cada fotografía y en cada momento. Ojala te vayas sin dejar ningún recuerdo.
Ojala que lejos te des cuenta que quise quererte, un par de veces, aunque implorabas no hacerlo.

domingo, 17 de abril de 2011

Pathetisch

A partir de ahora pienso iniciar una lucha. Ojala ésta fuera contra algo más que una percepción, quizás así no me molestaría tanto, así tal vez si disminuyera mi tamaño todo seguiría siendo igual de rápido.
Conociendo los recuerdos todo me parece tan extraño, tan ajeno. Qué limitada mi visión de la vida de aquellos que me rodean, qué poco me pertenecen, cuán insignificante puedo ser...
El tiempo es la multinacional más poderosa, y ni los troskos más troskos se animarían a enfrentarla.
Me gusta la idea, un monopolio al estilo Clarín. Aquel que todo lo puede y todo lo maneja, con sus segundos repicándome en el alma como un tambor, único proveedor de momentos.
Se me resbala en las manos, se me patina, se me vuelca encima enchastrándolo todo a su paso, impregnando cada espera, cada silencio, cada final; creando esa pastosa masa en la que resulta casi imposible moverse.
Ay, si pudiera librarme de sus brazos, hipnóticos manipuladores, estimulantes y represores. Quedarme quieta.
Simplemente quedarme quieta y poder ver.
Ay, si me dejara en paz, insoportable midiéndolo todo. Maniático del orden y la paulatinidad.
Y los veo destruyéndose unos a otros, intentando llenar cada espacio de vacío con éter, negados a aceptar la existencia de la nada. Patéticos.
Dando todo por hecho, resignándose a las horas, a los minutos, a la muerte que algún día llegará. Patéticos.
Quiero salir a la calle y regresar ayer, mirarlo a los ojos y decirle que no me importa si quiere continuar, que yo me quedo acá. Y que me abandone en algún sitio, y poder ver. Si, ver, porque me cansé de que me ponga pautas todo el tiempo, el tiempo.
Salir a la calle y regresar ayer, y burlarme de todos estos, escuchándome hablar de Einstein y creyendo que voy a enloquecer. Patéticos.

lunes, 11 de abril de 2011

Torelatit de una noche de verano

A dos personajes que últimamente me dedico a conocer



Pibe se negaba a jugar a la pelota, le dijimos que pateara allá, al fondo a la derecha donde siempre está el ñoba, pero no quería, le gustaban las muñecas, a jujeño le gritaron "la concha de la pacha mama" y yo no pude evitar largar un "la concha de la iuta"... El negro me miraba fijo y el negro feo se estaba calentando...
Entonces nos fuimos para la cañada y en frente de setalos de pol hicimos los chascarros correspondientes:
-Te tiene que gustar mucho la poronga para...
Y los que pasaban se reían, una banda de contagiosas las risas ajenas.
En la rosadita uno de nosotros, ya no sé quién fue, le gritaba al cartel, Mestre vos también, vos también la tenés adentro, y se persignaba.
Pasaban autos y sonaba Charly, Charly Jimenez papá, y manitos en diagonal al cielo y unos cuantos silbidos.
Yo empecé a divagar -si, creo que fui yo-, pero ellos contaban hasta tres y con la mandíbula hacia abajo estiraban ese espacio que está entre el labio superior y la nariz.
Ella no paraba de hablar de armonía pero él decía algo de un termo y estaba tristazo, y la conversación carecía de seriedad, como siempre o casi siempre, siempre lo mismo con vos.
-Si Aznar se arrodilla yo también, una banda de rodillas.
-Este lugar es lo que garpa
-¿Conocés?
-No, le vi la cara
Nos sentamos en la mesa más al diome que encontramos, nos quejábamos porque la moza no traía maní, y todos teníamos una lija terrible y se nos antojaba un tentempié; pero maní, a nosotros dos nos causaba tanta gracia la bralapa que había que tentarse y ya la queja no a lugar.
Hablábamos de poses y la gente nos miraba, pero a nosotros nos encanta que nos miren entonces hablábamos todavía más fuerte.
-¿Está bueno el 69, vos que sabés?
-Yo con vos, yo con todos, yo arriba, si si, yo arriba.
-¡Que buena garchada que te pegaría!
-Vamos al baño.
-A ese no lo escuches porque N.T.I. y además es una mala imitación mía, pero a ella, a ella TODO LE CHUPA UN HUEVO.
-No no, 3/4 y un huevo.
-Dejaaa de decir pelotudeces
-Tenés razón, me disculpás?
-No, perdoname vos a mí.
Muy contentos estábamos, muy, Aunque proliferaban personajes absurdos y ¿por qué?
-No preguntes eso, vivimos en Córdoba.
Me acerqué a la barra y el Titi me preguntó qué se me ofrecía, y Jorge en la licuadora me guiñaba un ojo.
-Piel de Iguana por favor, trago de putos. Me lo pidió aquel, dice que es de la flia.
-Fernet no, fernet que lo prepare él porque sino no lo tomo, tiene esa habilidad; y otra más aunque sólo con la mano derecha; pero ojo, la rubia acá me dice dedos mágicos. ¿Querés que tome limón? Y se fue al baño.
Allá lo esperaba mili, le rogó que la hiciera suya, se le abalanzó encima y le quería bajar los pantalones pero él le decía que no, que ahí no, que afuera estaba la rubia y ella: que ortiva que sos.
Burlándonos de e-mi-narí, la embarazada y L.T.A. se nos fue la noche, y ya eran las 6 cuando porra con una escoba en mano nos pidió que fluyamos porque había que cerrar.
Carol te sale bastante bien, aunque a Paula le falta un poquito, follar, follar, follar.
Nos separamos en dos autos porque ¡Qué linda noche para...!, uno ganone, entonces nos saludamos:
-Chau, cuidame.
-Si, si, que me vaya bien en la facu.
-Si, si, que tenga suerte.
Había que terminar pegándole al rope, aunque se confundan las palancas.

miércoles, 6 de abril de 2011

Ce

Cántico al cielo neto,
busca un trago amargo al salir,
hay que soñar,
hay que sentir.

Caracolas que quieren ver la luz,
como las flores.
Como los espirales que suben
y bajan.
Como tu ropa o la mía bajo la almohada.

Cantimploras de furia,
lujuria.
Magia en el viento,
ojos que sienten.
La victoria estuvo cerca
alguna vez.

Camicaces,
trotamundos,
subversivos,
latifundios.

Ciempiés rengos,
regresivos,
saltos, cuencas, barro,
zanjas, huecos, carros.

Colosales armonías,
pies de acero, noches frías.
Rimas tristes,
suertes vivas.
Soplos leves,
sol encima.

Camicaces,
trotamundos,
subversivos,
latifundios.

Carretillas de paseo,
coloradas ventanillas,
arrestados en pandilla,
piedras arriba,
manos al suelo.

Codornices arreglados,
recipientes al vacío,
tumbas, panteones, denuncias,
juicio y castigo.

Camicaces,
trotamundos,
subversivos,
latifundios.

Sabrina

Por las paredes corría agua enturbiada por desgracia, formando una película impenetrable en el cemento. Flotaban los adornos, las migas de pan y una miseria...
Ella miraba las fotos, las postales, los cuadros que pintaron sin querer, los papelitos con frases absurdas y de vez en vez un te quiero.
Armaba la valija, la llenaba de la ropa empapada y la resignación.
Recordando, casi siempre recordando porque más no puede hacer.
Los pies helados, las zapatillas un trapo, pero las medias secas, eso sí.
Una guitarra sonando allá al fondo, o arriba, es difícil diferenciar.
Ella juntando los pedazos mojados de lo que ya no es.
Había que irse, había que abandonar ese departamento y esa vida, toda entera.
Había que empezar de nuevo.
Comprar un auto, conseguir un trabajo, hacer de cuenta que se enamoró otra vez y no nombrarlo nunca más.
Sobre todo no pensar en él, no extrañarlo hasta el cansancio y llorar.
Había que inventar otra cosa -algo más creíble, menos drástico-, hacerla nacer así de cero. Sin historia, sin pasado.
Y el agua seguía cayendo.
Pasar por ese campo viejo camino a la ruta y dejar un par de flores para despedirse.
Ojalá que alguien pase a limpiar y corra las telarañas.
Ojalá escriban algo hermoso en el metal frío y gris.
Ella ya no, ella se tiene que ir.
Pesa la valija, pesa el agua y pesan los años.
Flotando canciones van, y un par de besos.
Y en la cama donde solían hacer el amor, sólo hay un charco, y plumas; ahora que ve también hay plumas.
El reloj se lo lleva, porque los años pesan y hay que acordarse que el existió. Sino van a pensar que está loca, siempre huyendo.
Acordarse justo y necesario, tenerlo presente porque loca no está, pero casi. Acordarse poco.
La ropa empapada, los pies helados, un te quiero de vez en vez.
Hay que irse.
Hay que irse y no volver.

lunes, 4 de abril de 2011

Víctima

Esa tarde me sostuve a mí misma, la víctima, y recosté su cuerpo en mi cama, mientras mis manos se empapaban con sus lágrimas, derrochadoras de lástima. La dejé ahí, asqueada de la patética pero repetitiva imagen, la abandoné muriendo, simpática y manipulable; a mi más fiel y estúpida compañera, la víctima. Deseando que ya que siempre moría – de amor, de dolor, de culpa, de desilusión- muriera ya y de una vez por todas.
Salí a la calle buscando hacer lo que sea, cualquier cosa que lograra alejarme del futuro cadáver. Caminar, respirar, escribir, dibujar, quizás sonreír.
 Pasó un tiempo antes de que volviera a mi cuerpo, antes de sentir esa presencia que es mía, me pertenece, pero tiene la pésima costumbre de dejarme sola. Volví otra vez, a las mentiras, a los desplantes, a la agresividad muda, pero constante. Volví a dejarlos boquiabiertos con mis miserias, a todos y a cada uno de ellos. Volví a la muy perra, a la desalmada, esa a la que todos miran con un respeto que no es mucho más que miedo, más que terror. Volví a la que no siente lástima por nadie, por nada, para que nadie, pero nadie, se atreva a sentir lástima por ella.
Volví a la victimaria, de donde vengo y a donde voy, de donde nunca debí haber salido; cuando leí por fin el añorado aviso fúnebre de aquella que murió una tarde, en mi cama, ahogada con sus propias lágrimas, de una vez, y para siempre, murió la víctima.

Rezo

Las ropas vuelven a ocupar su lugar,
Y el día los sorprende ilusos.
Está la nada donde estaban los besos,
Ahora el miedo los deja presos.

Cuentan con la minuciosa conciencia,
Que con el tiempo dejaron de perder.
Ese pasado se pisa solo,
Sobre tierra sabor a abandono.

Ya es tarde para el lúdico juego de impulsos.
Ya sus oídos no pueden volverse sordos.
Hay una ingenua esperanza de recuperarlo todo,
Esa que ocupa el bombeante músculo de la felicidad.

La noche se hace trizas contra el suelo,
Para perder la cabeza de nuevo.

Comienza la tormenta de cuerpos
Que aguantan,
Esas desgastadas sábanas.

Sobre la almohada del verso,
Sueñas sus cabezas que tal vez mañana,
Sea el día perfecto.

Y que no exista más que ellos,
Y que los dulces fanáticos del deseo,
Y que sus manos ardiendo;
Y la gloriosa danza del amor.

Una guerra de arsenales,
Cuando la piel derrama
Sus antagónicas lágrimas de sudor.

Trucos que cuartan inmensos
-Acertijos- para no zarpar,
Al laberinto de encuentros,
Donde todo lo hacen mal.

Todos los gestos, las muecas,
La estructura de lo oculto.
La habitación ya vacía,
Y cada uno por su rumbo

Una realidad de libertades estrechas.
Los inviolables sentimientos,
Se vuelven insatisfechos al saber
Que una vez más, no son razón suficiente.

Y las ropas vuelven a ocupar su lugar,
Y de nuevo el día los sorprende ilusos,
Y cada uno otra vez en su hogar,
Le reza a algo para olvidar.

viernes, 1 de abril de 2011

Ambulatorio

Cerré la puerta con llave y me aboqué a la ardua tarea de bajar las escaleras, el edificio es triste de muchas maneras, con un dejo de film de suspenso y humedades por todas partes.
No genera una sensación -¿cómo decirlo?-... agradable, sobre todo a altas horas de la madrugada, cuando el trabajo tiene para rato y me toca cerrar todo.
El resto desaparece, como si se esfumaran uno a uno y sin saludar. Todos con una excusa excelente, todos menos yo.
Saludé al portero que de vez en cuando es simpático y por fin estaba en la calle, caminando hacia el kiosco de la esquina porque era poco el tiempo que tenía para almorzar.
Compré un sandwich y una coca y me senté en un banco de la plaza.
Noté sin sorpresa la presencia de un nuevo vendedor ambulante.
Sentado en el suelo, con esa cara de dejadez, una barba que iba del gris al blanco y le llegaba casi a la clavícula.
Lo extraño no era él en sí, ni su demasiado-amable expresión, sino su mercancía.
Había un paño rojo perfectamente acomodado en los adoquines, y en el lugar que suelen ocupar collares, aritos, pulseras, pañuelos, anillos, películas o cd's piratas; no había nada.
Nada, exactamente nada.
Lo observaba esperando que se decidiera a sacar los productos de algo que se asemejaba a un bolso. Pero el tipo estaba quieto, sonriendo a la gente como invitándola a mirar.
Pero esto no era lo más raro (uno entiende que este tipo de gente tiende a ser poco cuerda), lo peor era que ciertas personas se detenían a mirar con notable interés.
Sostenían objetos invisibles, los daban vuelta, los analizaban minuciosamente, hasta que por fin sacaban algo de dinero y se llevaban "eso" alegres.
Se llevaban "nadas" de distintas formas y pesos. Algunos las metían en el bolsillo o la cartera, otros las cargaban encorvados hasta un banco para observarlas con más detalle y seguían su trayecto haciendo un esfuerzo increíble.
Yo a esa altura... ya no entendía nada, de hecho estaban todos locos (de eso estaba muy seguro), pero sin embargo sentía demasiada curiosidad.
Todos ellos actuaban con tanta naturalidad...
Terminé el sandwich y me acerqué al hombre.
-Buen día, ¿cómo le va?
-¿Quién es usted?
-Doctor Achával, mucho gusto
-El gusto es suyo doctor, por favor le pido, si viene a molestarme vaya a perseguir a gente que esté afanando, yo acá no hago nada malo, yo acá estoy trabajando no más.
No entendía la reacción, no combinaba con su demasiado-amable expresión, hasta que caí: vendedor ambulante, yo vestido de traje y zapatos lustrosos, encima presentándome como doctor. Debo haber hecho un gesto mientras pensaba -qué imbésil- porque el tipo sonrió.
-No hombre, yo no lo quiero molestar, es sólo que no entiendo.
-¿Qué es lo que no entiende doctor?
-¿Qué vende usted?
-¿Cómo que qué vendo? ¿No ve usted doctor?
Pensé que lo más inteligente si quería conseguir una respuesta que calmara mi curiosidad cada vez mas insistente, era seguirle la corriente.
-Si, claro que veo. ¿Pero qué son?
-Son esperanzas hombre
Definitivamente no entendía
-¿Es-pe-ran-zas?
El ambulante ya empezaba a impacientarse...
- A ver doctor, ¿ustéd me está tomando el pelo?, le pido por favor que si no va a comprar nada se retire.
(Y si nada era justamente lo que él vendía.). Me entregué al juego completamente rendido, de repente empezando a asumir, con cierta timidez, que el loco era yo, que no podía ver las nadas que la gente compraba contenta -las esperanzas decía el viejo-.
-No... no, yo si quiero comprar.
-Pues elija hombre
(Esto me resultaba bastante complicado)
-¿Qué tiene para ofrecerme?
-Doctor, si usted no sabe menos voy a saber yo
(¿Cómo que él no sabía, si era el vendedor?)
-¿Cómo que usted no sabe?
-A ver doctor, ¿qué ve usted aquí?
(Me señalaba el paño rojo, ya tratándome como a un estúpido).
-Un paño rojo
-¡Pero ya sé hombre, eso lo vemos todos! Arriba del paño, ¿qué hay?, ¡vamos concentresé!
-No hay nada
-¿Nada?
-Nada de nada
(O mucha nada).
Del pronto el gesto de amabilidad viró y todos los rasgos del viejo ocuparon el lugar estratégico de la pre-ocupación...
-A ver, venga hombre, sientesé.
Me senté sin protestar al lado del viejo que tenía el pelo largo y las uñas negras, más negras que la misma piel. Ya no me importaba estar sentado en el piso con un traje de cuatromil pesos, ni que pasara mi jefe (porque el horario del almuerzo ya había terminado) y me viera conversando con un linyera loco que vende nadas -esperanzas digo-.
Lo único que quería era tener la mía.
-Mire doctor... ¿lo puedo tutear?
-Si
-Mirá pibe, yo te voy a dar algo muy especial, un último recurso un es-ou-es, lo tenés que cuidar mucho, pero te va a durar un sólo día, es todo lo que puedo hacer por vos.
Entonces la frase me resultó familiar, entonces me di cuenta de que me tenía lástima, me tenía una fuerte e inevitable lástima. Un linyera a mí.
Me hizo entrega de una cajita de cartón con tres huecos arriba.
-Cuidala mucho ¿eh?, un día nada más.
Me quedé mirándola y supe que era de mala educación abrirla ahí mismo. Entonces me levanté.
-¿Cuánto le debo?
(Y estaba dispuesto a pagar lo que fuera).
-Nada doctor, lleve no más
Una fuerte e inevitable lástima...
-Gracias -dije sin entender si tenía sentido, y me fui.
Cuando llegué a la esquina abrí la cajita y vi una mariposa, perfecta en demasiados sentidos, atontada por la falta de oxígeno o la oscuridad; y fui tan feliz, tan feliz, que no importó saber que al otro día mi vida volvería a ser irremediablemente estúpida y aburrida.