miércoles, 30 de noviembre de 2011

Alfonsina

Buen día madame, la lluvia la ha despertado. Bienvenida a un nuevo día, ya hay pájaros cantando. Es temprano, si, pero no lo suficiente, ya se ha perdido el amanecer y los primeros mates.
Venga, no se ofenda, hay amargo todavía, vamos que el día no espera madame. No se acomode en su silla, que hay que salir ya.
No pregunte a donde vamos madame, no le puedo responder.
¿Que por qué le digo madame? Me ha parecido que va con usted. Si no le gusta me dice, ya sabe.
Vaya, vaya a vestirse que así no puede salir. No es que no le quede precioso pero la lluvia ha traído el fresco.
Así, muy bien. ¿Ya está lista? Quite esa cara de espanto mujer, nos conocemos bien, yo no le voy a hacer daño, no mucho más que usted. Deme la mano, si, vamos caminando.


Usted me tiene loco madame, se me acelera el corazón. ¿Cómo que no? Deme la mano, ¿siente? Eso de allí es su corazón madame, sigue latiendo.
Le pedí que no pregunte a dónde vamos, cierre los ojos si quiere. ¿Qué hace descalza? Se ha olvidado los zapatos, no hay tiempo para volver, no vaya a cortarse.



Ya puede abrir los ojos madame, agradable caminata.
¿Por qué corre sangre por su pie? Le pedí que no se corte. Estamos en la playa, si, la playa. ¿Por qué llora? Deje que el viento seque sus lágrimas madame, ya estuvo bien, ya no llore más.
Déjeme darle un beso en la nariz y sonría. Ahora mire hacia el frente, alce la cabeza, así. ¿Siente el agua en los pies? Está helada, ¿le arde su herida madame?
Dicen que el agua salada cicatriza.
Eso es, el agua del mar cura las heridas madame, ¡que gran descubrimiento! Tome mi brazo, ¿escucha el órgano? Estamos entrando a una enorme iglesia barroca. Usted y yo madame, estaremos juntos para siempre. Camine conmigo, vamos, ya no llore, no piense en el frio, el mar sanará. Camine conmigo, vamos, más adentro, un poco más.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Aurevoir ma petite fille

Este año no habrá flores pequeña, has crecido y lo tienes que aceptar. Aunque cueste, aunque te sorprendas implorando que se te mime como a un niño. Este año no habrá flores ni papeles de regalo coloridos que romper.
Te han arrancado las muñecas de las manos y aunque quieras sentarte a hacer un berrinche, un batallón te empuja hacia delante sin escuchar tus quejidos. Deberás olvidarte de Alicia pequeña, de Matilda y las demás.
Volver a encerrarlas allá arriba, y bajar a vivir entre los adultos. Llenarte de obligaciones y responsabilidades, olvidar la hora del té, a los duendes y las carreras de conejos.
Deberás olvidarte de todo aquello si quieres sobrevivir. Pero sobre todo, pequeña, olvídate de que no estabas preparada.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Manos

¿Cómo es posible que exprimas el mundo de tal manera, si tantas veces te vi destartalarte frente a insignificancias? Y ahora ahí, guerrera, con la frente al sol y el labial corrido...


Ya no sé quién escribe, me han robado el desvarío los dedos, y no tengo más que hacer. No planeo resistirme aunque pudiera. Prefiero admirar el espectáculo: mi cabeza vomitándole a mis manos de un saque, las letras que surgen. Las sensaciones que se amontonan, alineadas pero en desorden, en lo blanco de la hoja, lo blanco de los ojos, lo blanco de la boca.
Me llevan a los labios un cigarrillo y continúan. Podrán jugarme una mala pasada, cuando salgo (entro) a recorrer los rincones de mi inconsciente, el sótano, el ático, el cuartito tras una biblioteca que se abre moviendo un libro, y encuentro “cosas que allí no deberían estar” dice Matilda. Me pondrán en evidencia ante ella, ante La Reina, La Prostituta y las demás, porque me celan. Aunque estoy segura que La Reina simplemente seguirá escupiendo para poder ver más, para poder burlarse a carcajadas desde lo alto del trono, con el bastón en mano, y por fin mandarme a que me corten la cabeza.
¿Se quedarán sin aliento? En algún tiempo, ¿se cansarán? No, no lo creo, aunque quizás sea sólo un deseo. Por eso, admirar el espectáculo, dejar que las palabras fluyan aunque prefiera retenerlas dentro, disfrutar del único momento en que puedo ver la verdad, mi verdad, la única que importa ahora, cuando el huracán a terminado y hay que ponerse a reconstruir pieza por pieza una esencia.
Vale la pena correr el riesgo, sentir el vértigo de ir demasiado adentro, sacar a flote la carroña y que resalte. Aceptarla, hacerse cargo, enfrentarla y reconciliarse, vale la pena aunque lo quiera evitar.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Hipnagogia

 [Los primero diez minutos del día, siempre se me olvidan.]

Estábamos contentos, pero tranquilos. Por fin habíamos dejado flotar nuestros caparazones río abajo, y la corriente se encargó de lo demás. Los vimos destrozarse a unos 100 metros contra las rocas.
Lo recordé mientras me cepillaba los dientes, ¿Pero quiénes éramos? ¿Y porqué estábamos desnudos? ¿Y por qué carajo yo misma estaba desnuda cepillándome los dientes?
Corrí a mi cama, pero estaba vacía. Estaba completamente segura de que tenía puesto el camisón que ahora yacía a los pies del somier.
Pero entonces escuché la puerta cerrarse. Me tape con una toalla y, casi desnuda como estaba, bajé la escalera directo hacia la entrada. Abrí rápido y salí a la calle, pero estaba desierta, como cada domingo por la mañana.
La puerta estaba abierta aunque sabía que la había cerrado con doble llave (y el camisón puesto) antes de ir a dormir.
Volví a subir y me senté en la cama, sosteniéndome la frente y tirando despacio pero con fuerza del pelo. ¿Cómo era posible que no recordara nada, que no pudiera verle el rostro al otro cuerpo desnudo a orillas del río? ¿Que no pudiera ver la cara de quien pude sentir entre sueños?
Revisé el celular, ningún mensaje ni llamada después de las 0:23 am. Pero entonces encontré la notita: “Ya no tomes pastillas para dormir”, y nadie la había firmado.