sábado, 31 de diciembre de 2011

En tu estrella

Ahora te extraño y también llueve, como siempre está lloviendo cada vez.
Ya se me fueron las ganas, ¿sabés? Quiero ir a vivir a esa estrella que me regalaste, no estaré más sola que aquí.
Será mi culpa, seguramente, tan impenetrable como me enseñaste; pero ahora quisiera cambiar, ahora que no estás, que las cosas fueran diferentes.
Dejar de coquetear con  el vacío, como dijo el chico de ojos transparentes. Cambiar la imbésil fantasía de poseer mi cuerpo y hasta mi mente. Dejar el vértigo de una buena vez. Saltar o huir a refugiarme en tierra firme, bien segura y a salvo. Cambiar de sueños, de valores, de promesas.
Juntar la fuerza que se me ha desparramado entre las falanges, reunirla toda en el puño y dar el golpe.
Quebrar el cielo en dos, por fin poder quebrarlo y que se abra y esté como siempre debió haber estado.
¿Hablaré de más? Es muy probable, nunca te pude imitar el silencio. Las palabras me engañan, se me enredan en la lengua y hacen presión.
Pero en fin, te extraño, y llueve y el cielo sigue siendo uno sólo y yo también estoy tan sola y no en la estrella que me regalaste. Sigo acá, anclada, enterrada apenas hasta el cuello, y lo peor es que aún puedo respirar y ver. También escuchar pero eso nunca fue un problema porque las palabras que entran por mis oídos casi nunca llegan a algún lado y termino por perderlas, como pierdo tantas cosas y aunque me moleste jamás seré más cuidadosa. Y sé que a vos también te molesta tanto ese desorden, ese desastre de ideas despilfarradas por todas partes, ese concierto descoordinado de pensamientos dando vueltas en la cabeza, inútiles y sin sentido.
Ya no sé ni a quién le escribo, otra vez, se ha confundido tu imagen y ahora sos una mezcla de ideales y frustraciones propias. Lo hago igual y sigo, porque sino no sobrevivo, aunque quién sabe si es lo que quiera.
Ya sé, demasiadas vueltas, mucho desorden, mucho ruido; pero me duele la espera, y te extraño, y llueve y no estaría más sola en tu estrella pero estoy acá.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Katze

Estaba acostada sin poder dormir, entonces se me ocurrió que quizás debías acariciarme el pelo hasta que lo consiguiera. Pero tu mano estaba tibia y me deslice sin resistencia hacia el sueño apenas la apoyaste en mi nuca.


Sonaría extraño que nunca hayas estado allí porque tu respiración era profunda y con un leve aroma a alcohol, que me sumergía en un sótano donde hombres fuertes hunden sus penas.
Te quiero, e inevitablemente, aunque pocas veces sepa algo de vos (como que tu mano está tibia o que tu aliento huele a alcohol). O si, te quiero, aunque los días se me pasan y yo que trato de entender no lo logre, y haya terminado por resignarme y entonces ahora sólo te admire, te observe azorada sin hacer muchas preguntas, valorando esa belleza como un regalo al que no le mires los dientes. Como si hubiera iniciado en mi presencia y no preguntes tanto que no hay nada que debas saber.
Pero los ojos, los ojos tan tristes. Si yo pudiera, realmente, si tuviera un poder por mínimo que sea para limpiar esos ojos.
Si yo tuviera, el poder que han tenido otros y los han entristecido. No preguntes tanto, pero de verdad, si yo pudiera, sí, si me dejaras, si no cerraras la puerta con dos trabas y me tuvieras esperando en la galería. Si me dejaras pasar en vez de salir cada unas cuantas horas para que yo no pierda la esperanza, para que siga sentada en el piso frío de la galería esperando que salgas...
Pero ya ves que no. No me dejarás entrar, ni responderás las preguntas y mucho menos me prestarás los ojos para que los limpie.
Pero entonces es cuando te quiero y ni siquiera se por qué, pero me quedo. Y te observo con los ojos bien abiertos, como sorprendida y lo único que espero es que te dejes observar.

Entonces despierto en el medio de la noche y tu mano tibia ya no está, y tengo la nuca helada.

Suelto

Escuadrones que tildan la superficie de rugosa, artistas, mentirosos. Batallones de ellos nos quieren arrastrar. 


Ya no les creo, ya no invaden mis sentidos sedados, adormecidos por millones de sustancias, millones de artefactos, millones de concejos, millones de sermones, millones de ideales y de ejemplos.
Ustedes, los del medio, nos quieren asustar. De la paranoia al imperio y, una vez más, me encerré en el cuarto oscuro.
Si me permiten, traidores y si no, también canallas. Empastando los movimientos espontáneos, los pensamientos "sin sentido", las canaletas de sarro y de perfumes baratos.
Si me permiten, enfermos, y si no, también necios y estúpidos, cumplidores de la norma que tanto rechazo y critico y siempre terminaré obedeciendo, como buena neurótica, como oveja blanco radiante, pastando aturdida en la montaña.
Pero se están despertando. Un par de ellos se han levantado, han abierto los ojos, las arterias, los bronquios.
Un par de ellos se están sublevando

¿y qué harán, cuando le griten al mundo que en esta superficie se puede resbalar?