sábado, 21 de septiembre de 2013

Más abajo - Buenos Aires

En la oscuridad fragmentos de dos infinitas rectas blancas juegan carrera, me balanceo de un lado al otro, siempre mirando por la ventana. De repente cientos de luces como guirnaldas aparecen entre madera y un sonido metálico fuerte y brisa, casi viento, y pienso en Navidad o en el Titanic, y ya se fueron...
Miro a uno de ellos, está cantando despacio, el zumbido metálico no me permite oírlo pero lo veo mover los labios y levantar las cejas haciendo extraños gestos... en cada parada hace silencio y vuelve a comenzar. Pienso que puede ser uno de ellos, no lleva auriculares y no va acompañado, y su piel está pálida, y su mirada perdida, y triste...

Baja en Independencia y lo veo perderse tras el cartel que dice "Combinación Linea C", pero ya son casi las once.




Culpa del "Texto en una Libreta" - Queremos tanto a Glenda - Julio Cortázar

Nosotros

Y entonces avanzando destruimos, el único lugar que nos es dado, y nacemos en parvas y nos morimos ancianos, y creamos seres que hacen lo que nosotros mismos hacemos, y cada vez más acertados, y vamos atendiendo a los esclavos, que creen que todo eso es necesario, y nos movemos en fila, y vamos rápido, y por encima pisamos, cuanta cabeza se cruce, pues no vaya a llegar tarde al trabajo, y mire si se pierde el presentismo. Esta historia tiene tajos, sangrando de la boca hasta el ombligo, hoy se murieron miles en la guerra, y otros tantos de hambre y frío, y sin embargo ahí los veo, posando en las esquinas o dentro de los autos, sonriendo en dientes blancos, fluorados y oliendo a jazmín en frasco, porque las flores se acabaron, o a lavandina, que es lo mismo.

Matilda em Cidade Baixa

Matilda pasa por el frente de una a casa de antigüedades y se queda mirando en la vidriera una colección de bailarinas de porcelana. Matilda no entiende cómo puede alguien haberlas hecho justamente de porcelana porque están tiesas y además son frágiles.
A Matilda no le gustan las cosas frágiles porque es bruta y siempre rompe algo y le da muchísima vergüenza, pero ya la alcanza justo en el centro del ojo izquierdo el reflejo de la luz en una araña de la que cuelgan cientos de piedritas puntiagudas que parecen diamantes y ve sobre un estante tres sifones de colores...
Verde, amarillo, azul...
Y piensa que se quiere cambiar el nombre por uno que haya elegido ella. Y sigue caminando despacio, bajo el paraguas violeta que se robó en un cine, y bailando un poquito y se alegra de no ser de porcelana y de no saber nunca qué hay a la vuelta de la esquina, cuál es la calle que sigue o para dónde está el centro.