miércoles, 10 de junio de 2015

¿De qué mierda me sirve la poesía
si está hablando de tu muerte?
Si vos estás realmente muerto 
y yo no hago más que
escribirte describirte
llorarte dolerte
con las mismas palabras
las misma putas palabras de siempre
frígidas
inmóviles
muertas
tan pulcras
tan limpias
de llanto de sangre
me cago en ellas
me cago en la puta poesía

que no te trae de vuelta

martes, 9 de junio de 2015

Se me parte la cabeza

se me parte la cabeza,
me la he golpeado 100 veces
y no, no se arregla
se me parte
y me congela
me encadena
se me parte
se despieza
y los pedazos se escapan
me miran 
de frente
me hablan
se me cagan de risa
se me parte la cabeza
se cae
se quiebra
los junto a los pedazos
los ordeno
(rompecabezas)
faltan piezas
los ordeno
se me parte la cabeza
(quizás buscar debajo de la cama)
los pedacitos me miran
te estoy diciendo que me hablan
los callo

(se me parte la cabeza)

Matilda y los semáforos

Era el primer día de clases y Matilda caminaba rumbo a la escuela de la mano de su madre. A partir de ese mismo medio día, empezaba a ir y volver ella solita y su mamá iba a explicarle todo lo necesario. En el camino llegaron a una esquina en la que se cruzan dos avenidas y el semáforo se puso en verde, entonces la mamá de Matilda giró sobre sus pies y cruzaron en la dirección perpendicular, aprovechando el semáforo en rojo. Matilda escuchó atentamente cuando su madre le dijo que eso había que hacerlo siempre que se ponía un semáforo en verde, pa-ra ga-nar tiem-po. Matilda no sabía que el tiempo se podía ganar…

Así fue que cuando terminó la jornada y sonó el timbre, Matilda empezó a caminar hacia su casa. Eran pocas cuadras las que le esperaban por delante pero en un momento llegó a esa esquina, la de las avenidas, y el semáforo se puso en verde…. Matilda recordó los concejos de su madre y cruzó en la dirección perpendicular, pero al llegar a la otra esquina, el semáforo ya estaba en rojo y Matilda aprovechó para cruzar otra vez… al llegar del otro lado, Matilda vio que el semáforo volvía a ponerse en rojo y volvió a cruzar, para ganar tiempo. Así Matilda estuvo casi una hora, hasta que llegó su mamá preocupadísima y enojada y preguntándole si acaso era tonta.

lunes, 1 de junio de 2015

Matilda y las tizas de colores

Siempre me gustó acariciar las paredes mientras camino las veredas, ir rozando con la yema de los dedos, las paredes destartaladas, arrancarle un pedacito de costra a esos accidentes que dejan los años, y la humedad, rasparme con el revoque grueso, con los pedacitos de botella triturada, resbalar por los azulejos pulidos, sentir los poros de los ladrillos vistos, dibujar una línea en el vidrio de una zapatería que al día siguiente alguien limpiará aplicadamente con spry- y – tra-pi-to de algo-dón y (sobre todo) golpear las rejas en su intermitencia, haciéndolas largar un sonido que varía con diámetro y formas.
Pero esa noche fue diferente y lo noté en seguida, una línea verde recorría las paredes, anunciaba el recorrido de mis dedos con exactitud de relojero, desaparecía en los vidrios y continuaba en las rejas estampándose en el choque y dejando pequeñas manchitas verdes, estrepitosas, cruzaba la calle en un hilo invisible y continuaba en la esquina siguiente.
Tal fue la sospecha de que era ese un caminito hecho exclusivamente para mi mano, para mi mano que sin esfuerzo seguía el recorrido, sin sorpresas, sin desviarse ni un centímetro de lo que tantas noches y tantas caminaras y canciones en voz alta cuando la calle está desierta; que ni siquiera noté que me había desviado y me alejaba, vía caminito verde de mi casa y el tan esperado té caliente que venía deseando ya hacía un par de horas.
Doblé en una esquina convencida de que era lo más natural del mundo que mi mano siguiera ese rumbo puesto que estaba ahí para ello y no iba a ser yo quien se interpusiera en tal mandato tan explícito y propio y verde.

Entonces, justo en el ritmo agudo de unas rejas cuadradas y huecas, la vi. No tenía más de diez años y llevaba entre los diminutos dedos una hermosa tiza verde.