lunes, 27 de febrero de 2012

Cambiaste mi piel por barro en una esquina irresuelta

Con tu egoísmo intentás hacerme ver el mío, ¿y a dónde vamos con esto?, si no al desatar de una guerra silenciosa donde no habrá vencedores ni victoria.

Tu sufrimiento es el mío pero a la vez... a la vez mi felicidad es tu propio sufrimiento y la vuelta se hace eterna, el círculo se ensancha y en el centro está el vacío al que no quiero rodar.

Pero ¿cómo?, si al mal tiempo buena cara, pero el mal tiempo se ha prolongado y tu cara en ese molde inflexible de dolor me asquea, me repele, me revuelve el estómago cuando lo noto posado en mi propio rostro. Cuando me lo colocás como una máscara, buscando que entienda de una vez -¿cómo?-, cómo es que no podés salirte de esa tortura eterna. De ese permanecer anclada junto a tus miedos y tus culpas.

Me estaqueás sobre tus charcos de llanto y completamente embarrada, impregnada en tus lamentos, te pido piedad, te ruego piedad agonizante.



Si al menos pudiera culparte por esta humillación, al menos reprocharte esta falta de consideración. Pero en cambio debo aceptarte, cubrirte con un manto de piedad y no apelar a tu cordura, no apelar a que reacciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario