viernes, 10 de diciembre de 2010

Literalmente enfermiza

El buque parece lento, pero si te asomás por la ventana te das cuenta que avanza rápido y firme.
Pasó sólo una hora y media y Julio ya me mantuvo al borde de las lágrimas y hasta me sacó un par de carcajadas aprisionadas desde hace 5 días por los nervios y las vueltas.
Saber que no lo conocí, y que nunca voy a hacerlo me deprime. Hay algo tan fascinante en esto de la literatura. Algo que me atrapa y me impide alejarme de ella. Es como una prostituta de clase que me lleva a restaurantes finísimos y moteles de calidad y hace que pague cada centavo, sin darme cuenta. Aunque en verdad pienso que si existe alguna adicción sana, seguro que es esta. Pero aún asi hay algo enfermizo en la eternidad de los autores, en su vida infinita, impronta en cada página, en cada palabra. Dejando su huella ahí, al alcance de todos pero a la vez tan reservada, tan subjetiva, tan astuta, tan puta. Autores, poetas inteligentes que me llevan por caminos que ellos mismos abrieron y me hacen pensar exactamente lo que desean hacerme pensar.
¿Me estás escuchando? ¿o ya te dormiste?

Ya sé que no te interesa, es solo que Julio me hizo pensar... Con el libro, sí, con este libro. ¿Julio? ¿Cómo que quién es Julio? Julio es... ah deja, dormí, voy a seguir leyendo.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Quizás realmente

Me encuentro de pronto pensando (si, pensando) en la bipolaridad de este, nuestro mundo. Clasificando las cosas en “si” o “no”, en “bueno” o “malo”, existe una palabra entre el si y el no, entre el bueno y el malo? Y eso de que el fin no justifica los medios, al carajo con los medios, lo que nos importa a todos es el fin; al fin y al cabo.
Cabo: extremo de las cosas,(de las costas?). Cabotaje: navegar sin alejarse de la costa, del extremo de la costa, del final de un país o un continente: el límite: el extremo de las cosas: el cabo.
Fin: límite al que es estrechada una cosa, término de algo (de las costas?)
Al fin y al cabo, frases poco originales si las hay.
Y de los medios no puedo hablarles porque solo tengo el tomo del diccionario (Diccionario sí señor) que va de la A a la L, justamente a la L que precede a la M, ese es el fin, el cabo. Puta manía de dividir los diccionarios como si el abecedario estuviera igual ordenado en todos lados (¿Qué idiota se puso a ordenar las letras?). Como si no existiera la posibilidad de necesitar el significado de la palabra fin y al mismo tiempo el de la palabra medio. Hubieran hecho un libro más gordo, o más alto. Que achicasen la letra no es factible porque ya casi no se puede leer.
En fin, decía de la bipolaridad, y me voy con sueño o realidad. ¿Qué realidad? La mía por supuesto, si sólo existiera un punto desde el cual el hombre pudiera realmente (valga la redundancia) apreciar la realidad en su totalidad, no se los diría, pero creo que no existe.
De repente y a altas horas de la noche generalmente, me entra la duda, casi siempre acompañada por el miedo, de si vivo el sueño o la realidad.
Me pregunto (¿?) si alguno de estos días –si les puedo llamar días- despertaré hace tres meses (es decir ahora si llegase a despertar) o hace 5 años, o en mi cuna, aunque espero que no –porque no recordaría el sueño y eso me lleva a no poder aprender de él-.
Y más aún me pregunto (insistente), aún me pregunto (insistente), me pregunto; si ese sueño será una especie de premonición de mi vida –que aburrido- y siendo ese el caso, si intentaré evitar ciertas acciones, ciertos errores; o si procederé exactamente de la misma forma (ahí esta la bipolaridad de la que hablaba) por miedo a lo desconocido aunque esto esté bastante mal pero no lo suficiente para probar otra cosa.
O si, en su defecto, será sólo un estúpido sueño, y nunca llegue a conocer a sus personajes y vivencias (y los voy a extrañar aunque yo no soy de sentimentalismos).
Terrible, simplemente paralizador.
El móvil (si así le puedo llamar no sé porque el diccionario termina en la L, el fin y el cabo) que me llevó a pensar en esto es el increíble desapego a la realidad que me toca (o un poco elegí) vivir.
Y aquí quizás comprendan muchos de mis conocidos y sobretodo amigos esa ausencia innegable de mi parte (de qué parte?) de mi todo, mejor. Aquí quizás comprendan por qué después de una conversación de varios minutos, en la que incluso respondí preguntas e hice acotaciones lógicas, tienen que volver a explicarme de qué estuvieron hablando los últimos 2, 5 o 20 minutos, al darse cuenta de que no comprendo la gravedad del asunto, o el misterio, la emoción, la importancia o lo que sea.
No es que no me importe (o si?), simplemente no estoy ahí, quizás esté durmiendo en mi cuna o en mi cama con 6 años y un metro 30.
Quizás esté peleando en mi guerra interior por despertarme y conquistar realmente (valga la... etc.) la realidad, si es que esto es un sueño y eso es lo que es.

viernes, 3 de diciembre de 2010

De frente

Te despertaste al amanecer, yo te veía por la ventana porque el humo de la ciudad tantas veces no me deja dormir y me resfría. Me atormentaba pensar en que quizás se te antojara escuchar esa música, esa repetitiva música. Pensar en que quizás las horas se te habían pasado como moscas, tan inalcanzables, tan insoportables como siempre; y que ahora desparramarías energía en todos los sentidos, como si acaso te sobrara.
Tenías esa bata roja que tanto detesto, porque me recuerda ese febrero en el que se te había dado por aprender a tocar la flauta y eras tan irremediablemente intolerable. Tus pasos reptaban sin abandonar el suelo para no tener que caer, sin hacer el mínimo esfuerzo por despegarse.
Prendiste la luz de la cocina, porque aún el sol no estaba tan despierto como para iluminar. Un vaso, que lavaste porque tenía restos de alguna bebida que la noche anterior usaste para acompañar un cigarrillo, leyendo un libro, desparramada en el sillón. El sillón verde, que es de gamuza y esta cubierto de polvo, polvo que flota cuando te tirás encima, rendida ante lo inútil de querer cambiar algo de este mundo.
Habías dormido... exactamente 6 horas. Porque a esa altura eran las 5 45 y dejaste de moverte en la cama a casi al llegar las doce, previo cenar algo cubierto por papel metálico y darte un baño de unos 15 minutos. Siempre demorás en la ducha, cuando cantás suele ser un poco más, porque cuando salís no te animás, entonces tu garganta se aprovecha  y deja salir espantosos sonidos que quisieran poder escapar por los cristales para no oírse entre sí.
Tomás agua fresca, que anoche después de cenar guardaste en la heladera, y te acariciás el pelo. Tu pelo necesita otro alisado, como ese que te hiciste hace dos inviernos. Durante un mes dejaste de cepillarte el pelo cada mañana, te levantabas tan perfecta, tan lista para salir; aunque pocas veces salías. Fue un invierno duro, pocas visitas, mucha soledad.
Estás mirando el libro que leíste anoche, no alcanzo a ver el título pero te hace sonreír. Como sonreíste hace tres días cuando nos encontramos cruzando la calle, te veías tan serena. Y tu sonrisa fue tal que casi provoca un choque entre una moto y un carrero que apenas se pudieron esquivar; a vos tampoco te gustan los carreros, por tu cara y porque nunca les pedís que te lleven nada. Cuando tiraste la biblioteca que se arruinó esa vez que entró agua por la puerta del balcón, la destruiste en miles de pedasos y la acomodaste prolijamente en bolsas de consorcio.
Balbuceaste varias palabras que no pude escuchar, estaba demasiado concentrado en el movimiento de tus labios; pero algo de mi y que te habías enterado y la kinesiología, y un dolor; y me quitaste el teléfono porque me ibas a llamar, o al menos eso dijiste pero pasaron tres días y nada… mi mamá y algún amigo que me invita a tomar una cerveza; o los contestadores que viven ofreciéndome algo que nunca necesito.
Te sentás en una silla, todavía no prendiste el grabador pero sé que lo vas a hacer porque sino nunca terminás de despertarte. Tomás el tubo lleno de stickers que por los colores son de comida rápida, y porque el deliberyboy suele frecuentar la puerta del edificio. Marcas 7 números y empieza a sonar el teléfono, y yo que quiero atender, pero no puedo moverme.