viernes, 3 de diciembre de 2010

De frente

Te despertaste al amanecer, yo te veía por la ventana porque el humo de la ciudad tantas veces no me deja dormir y me resfría. Me atormentaba pensar en que quizás se te antojara escuchar esa música, esa repetitiva música. Pensar en que quizás las horas se te habían pasado como moscas, tan inalcanzables, tan insoportables como siempre; y que ahora desparramarías energía en todos los sentidos, como si acaso te sobrara.
Tenías esa bata roja que tanto detesto, porque me recuerda ese febrero en el que se te había dado por aprender a tocar la flauta y eras tan irremediablemente intolerable. Tus pasos reptaban sin abandonar el suelo para no tener que caer, sin hacer el mínimo esfuerzo por despegarse.
Prendiste la luz de la cocina, porque aún el sol no estaba tan despierto como para iluminar. Un vaso, que lavaste porque tenía restos de alguna bebida que la noche anterior usaste para acompañar un cigarrillo, leyendo un libro, desparramada en el sillón. El sillón verde, que es de gamuza y esta cubierto de polvo, polvo que flota cuando te tirás encima, rendida ante lo inútil de querer cambiar algo de este mundo.
Habías dormido... exactamente 6 horas. Porque a esa altura eran las 5 45 y dejaste de moverte en la cama a casi al llegar las doce, previo cenar algo cubierto por papel metálico y darte un baño de unos 15 minutos. Siempre demorás en la ducha, cuando cantás suele ser un poco más, porque cuando salís no te animás, entonces tu garganta se aprovecha  y deja salir espantosos sonidos que quisieran poder escapar por los cristales para no oírse entre sí.
Tomás agua fresca, que anoche después de cenar guardaste en la heladera, y te acariciás el pelo. Tu pelo necesita otro alisado, como ese que te hiciste hace dos inviernos. Durante un mes dejaste de cepillarte el pelo cada mañana, te levantabas tan perfecta, tan lista para salir; aunque pocas veces salías. Fue un invierno duro, pocas visitas, mucha soledad.
Estás mirando el libro que leíste anoche, no alcanzo a ver el título pero te hace sonreír. Como sonreíste hace tres días cuando nos encontramos cruzando la calle, te veías tan serena. Y tu sonrisa fue tal que casi provoca un choque entre una moto y un carrero que apenas se pudieron esquivar; a vos tampoco te gustan los carreros, por tu cara y porque nunca les pedís que te lleven nada. Cuando tiraste la biblioteca que se arruinó esa vez que entró agua por la puerta del balcón, la destruiste en miles de pedasos y la acomodaste prolijamente en bolsas de consorcio.
Balbuceaste varias palabras que no pude escuchar, estaba demasiado concentrado en el movimiento de tus labios; pero algo de mi y que te habías enterado y la kinesiología, y un dolor; y me quitaste el teléfono porque me ibas a llamar, o al menos eso dijiste pero pasaron tres días y nada… mi mamá y algún amigo que me invita a tomar una cerveza; o los contestadores que viven ofreciéndome algo que nunca necesito.
Te sentás en una silla, todavía no prendiste el grabador pero sé que lo vas a hacer porque sino nunca terminás de despertarte. Tomás el tubo lleno de stickers que por los colores son de comida rápida, y porque el deliberyboy suele frecuentar la puerta del edificio. Marcas 7 números y empieza a sonar el teléfono, y yo que quiero atender, pero no puedo moverme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario