jueves, 3 de noviembre de 2011

Manos

¿Cómo es posible que exprimas el mundo de tal manera, si tantas veces te vi destartalarte frente a insignificancias? Y ahora ahí, guerrera, con la frente al sol y el labial corrido...


Ya no sé quién escribe, me han robado el desvarío los dedos, y no tengo más que hacer. No planeo resistirme aunque pudiera. Prefiero admirar el espectáculo: mi cabeza vomitándole a mis manos de un saque, las letras que surgen. Las sensaciones que se amontonan, alineadas pero en desorden, en lo blanco de la hoja, lo blanco de los ojos, lo blanco de la boca.
Me llevan a los labios un cigarrillo y continúan. Podrán jugarme una mala pasada, cuando salgo (entro) a recorrer los rincones de mi inconsciente, el sótano, el ático, el cuartito tras una biblioteca que se abre moviendo un libro, y encuentro “cosas que allí no deberían estar” dice Matilda. Me pondrán en evidencia ante ella, ante La Reina, La Prostituta y las demás, porque me celan. Aunque estoy segura que La Reina simplemente seguirá escupiendo para poder ver más, para poder burlarse a carcajadas desde lo alto del trono, con el bastón en mano, y por fin mandarme a que me corten la cabeza.
¿Se quedarán sin aliento? En algún tiempo, ¿se cansarán? No, no lo creo, aunque quizás sea sólo un deseo. Por eso, admirar el espectáculo, dejar que las palabras fluyan aunque prefiera retenerlas dentro, disfrutar del único momento en que puedo ver la verdad, mi verdad, la única que importa ahora, cuando el huracán a terminado y hay que ponerse a reconstruir pieza por pieza una esencia.
Vale la pena correr el riesgo, sentir el vértigo de ir demasiado adentro, sacar a flote la carroña y que resalte. Aceptarla, hacerse cargo, enfrentarla y reconciliarse, vale la pena aunque lo quiera evitar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario