martes, 25 de febrero de 2014

Esos lugares tan poco comunes en los que a veces nos encontramos (pero sólo a veces, y son tan pocas...), nos miramos a los ojos y nos vemos, nos reconocemos tras esos mantos de piel, de historia y de trastornos y somos lo que queda de nosotros, sin nombre, sin juegos, sin un rostro al cual recriminarle algo, fruncirle el ceño o darle un beso.

Esas pausas infinitas,
esos reencuentros,
ese tocarnos sin la piel,
sin el sexo.
Ese acostarme en tu silencio,
hacerme un nido
(con colchas suaves)
y deslizarme hacia el olvido
y siendo, ser
eternamente
enteramente
y vos conmigo.

1 comentario:

  1. Mercado municipal

    Papá sacó la billetera, orgulloso momento de poder entregado al que se jugaba. Se lo dábamos todo en esos momentos, los silencios y lo sencillo... sosteniendo la respiración con gestos como si hubiésemos o estuviésemos siendo dibujados por la imaginación de Miyazaki.
    De antesala, la tensión de la remera cuello polo con una depresión en sombras justo al medio, justo cráter desperfecto en la circunferencia, justo a la altura del convexo canto barnizado y madera que presentaba esa registradora verde militar, evidentemente fría y pesada, que ahora paraba la avalancha de panza de papá, evidentemente pesada y cálida.
    Esos momentos donde él actuaba, y entregaba el billete que vino de arcas estatales para girar sobre su torso y vernos sonrientes y expectantes, sin que supiera lo agradecidos que estábamos de no ser como esos niños con circuito repetitivo como polillas a una farola de campo húmedo y caluroso, y tantos otros insectos, ofreciendo calcetines o chocolates por entre las mesas, en aquel mercado municipal.

    ResponderEliminar