jueves, 23 de junio de 2011

Viernes despedida

Nos dirigíamos al sur para encontrar al verdugo. Yo tenía un dolor de estómago insoportable, de esos que parecen perforar las entrañas. Ella miraba por la ventana como extrañando algo, o a alguien. O quizás como intentando entender, lo que yo ya no intento.
Escuchando buen rock de los 80, como si fuera un día cualquiera. Trataba de recrear en mi cabeza una imagen aproximada de lo que iba a encontrar. Túnica negra, palidez inconfundible. Quizás sólo un último suspiro desesperado.
Estarás durmiendo y no he podido ni darte el beso de las buenas noches, ni contarte un cuento, ni acariciarte la naríz.
Aunque al llegar lo voy a hacer, pero estarás ya dormido.
Al llegar cruzaremos la plaza, saludaremos a un bombero, fumaremos para calmar las ansias y ahí nos internaremos en tu sueño, tu perfecto sueño.
Lloraré un poco a tus pies, ya sin sentido como siempre que se llora, pero me hará sentir mejor, y quizás hasta me alivie esta puntada en el pecho, esta pelota en la garganta.
La ruta es aburrida, el sol intenta hacerse espacio entre las sierras, a la derecha. Y hay cuentos e historias que nos acompañan y nosotras nos acompañamos.
Nos palmamos la espalda y nos hacemos reir.
Porque es lo que queda, porque ella sabe perfectamente que no hay consuelo.
Entonces, entonces nos hacemos las dormidas unos minutos y el viaje por fin termina, y lo saboreamos porque sabemos que será el último.
Y al llegar la plaza, el bombero, un pucho que se enciende y la encandila, es un día precioso.
Pero ahora me toca a mí, a mí sola.
Me siento a tu lado, sé que me estuviste esperando, te digo que te amo y tantas cosas que por suerte ya sabés, que por suerte te susurré al oído hace 5 noches, cuando aún asentías y procurabas responder. Te tomo la mano y me resigno a pensar que pronto te habrás ido.
Que no quedará más que tu recuerdo y una angustia espantosa, penetrante.
Te hablo y vos me escuchás atento, como nunca, y no interrumpís; porque estuviste 12 horas esperando para verme, para que te vea.
Y lloro de antemando, sabiendo que no tiene sentido, como siempre que se llora, que no cambia nada.
Entonces escucho gritos y te veo partiendo, desconsolada me aferro a lo que queda de vos; es tu cuerpo, o tu olor, o tu ropa, o simplemente el espacio vacío. Hay un dolor en el centro del pecho, como una aguja helada que se está hundiendo. Un dolor inconfundible, apenas puedo describirlo, y vos te fuiste.
Y yo te digo que te necesito, que te voy a extrañar tanto... pero no sirve de nada, como no sirven las 172 noches esperando tu partida, haciendo fuerza para asimilarlo, contrayendo la cara, el dolor, el llanto, el corazón. Pero no sirve de nada, porque ya te fuiste y te abrís paso entre un sol incandescente y un cielo completamente azul. Y sopla una brisa reconfortante, pero ya no estás.
Y te voy a extrañar tanto... cada vez que sienta esta aguja helada clavándose despiadada en el centro de mi pecho, cada vez que haga las cosas mal, cada vez que tenga que elegir o ganas de pelear. Cada vez que te nombre y piense en vos. Cada vez que te sueñe abrazándome a la noche, acariciándome el pelo para poder dormir, aunque a mí ni siquiera me guste. Cada vez que una muralla me rodee y me muestre fuerte y egoísta y que nadie lo entienda pero se acostumbren.
Voy a extrañarte tanto... en tus cosas, tus olores.
Y habrá una aguja helada en el pecho, un dolor inconfundible cada vez que sea viernes y el reloj marque las 12.Cada vez que el sol esté incandescente y el cielo así de azul, y que sople una brisa que te lleva, que me susurra al oído que vas a estar bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario