Ella miraba las fotos, las postales, los cuadros que pintaron sin querer, los papelitos con frases absurdas y de vez en vez un te quiero.
Recordando, casi siempre recordando porque más no puede hacer.
Los pies helados, las zapatillas un trapo, pero las medias secas, eso sí.
Una guitarra sonando allá al fondo, o arriba, es difícil diferenciar.
Ella juntando los pedazos mojados de lo que ya no es.
Había que irse, había que abandonar ese departamento y esa vida, toda entera.
Había que empezar de nuevo.
Comprar un auto, conseguir un trabajo, hacer de cuenta que se enamoró otra vez y no nombrarlo nunca más.
Sobre todo no pensar en él, no extrañarlo hasta el cansancio y llorar.
Había que inventar otra cosa -algo más creíble, menos drástico-, hacerla nacer así de cero. Sin historia, sin pasado.Y el agua seguía cayendo.
Pasar por ese campo viejo camino a la ruta y dejar un par de flores para despedirse.
Ojalá que alguien pase a limpiar y corra las telarañas.
Ojalá escriban algo hermoso en el metal frío y gris.
Ella ya no, ella se tiene que ir.
Pesa la valija, pesa el agua y pesan los años.
Flotando canciones van, y un par de besos.
Y en la cama donde solían hacer el amor, sólo hay un charco, y plumas; ahora que ve también hay plumas.
El reloj se lo lleva, porque los años pesan y hay que acordarse que el existió. Sino van a pensar que está loca, siempre huyendo.
Acordarse justo y necesario, tenerlo presente porque loca no está, pero casi. Acordarse poco.
La ropa empapada, los pies helados, un te quiero de vez en vez.
Hay que irse.
Hay que irse y no volver.
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