viernes, 1 de abril de 2011

Ambulatorio

Cerré la puerta con llave y me aboqué a la ardua tarea de bajar las escaleras, el edificio es triste de muchas maneras, con un dejo de film de suspenso y humedades por todas partes.
No genera una sensación -¿cómo decirlo?-... agradable, sobre todo a altas horas de la madrugada, cuando el trabajo tiene para rato y me toca cerrar todo.
El resto desaparece, como si se esfumaran uno a uno y sin saludar. Todos con una excusa excelente, todos menos yo.
Saludé al portero que de vez en cuando es simpático y por fin estaba en la calle, caminando hacia el kiosco de la esquina porque era poco el tiempo que tenía para almorzar.
Compré un sandwich y una coca y me senté en un banco de la plaza.
Noté sin sorpresa la presencia de un nuevo vendedor ambulante.
Sentado en el suelo, con esa cara de dejadez, una barba que iba del gris al blanco y le llegaba casi a la clavícula.
Lo extraño no era él en sí, ni su demasiado-amable expresión, sino su mercancía.
Había un paño rojo perfectamente acomodado en los adoquines, y en el lugar que suelen ocupar collares, aritos, pulseras, pañuelos, anillos, películas o cd's piratas; no había nada.
Nada, exactamente nada.
Lo observaba esperando que se decidiera a sacar los productos de algo que se asemejaba a un bolso. Pero el tipo estaba quieto, sonriendo a la gente como invitándola a mirar.
Pero esto no era lo más raro (uno entiende que este tipo de gente tiende a ser poco cuerda), lo peor era que ciertas personas se detenían a mirar con notable interés.
Sostenían objetos invisibles, los daban vuelta, los analizaban minuciosamente, hasta que por fin sacaban algo de dinero y se llevaban "eso" alegres.
Se llevaban "nadas" de distintas formas y pesos. Algunos las metían en el bolsillo o la cartera, otros las cargaban encorvados hasta un banco para observarlas con más detalle y seguían su trayecto haciendo un esfuerzo increíble.
Yo a esa altura... ya no entendía nada, de hecho estaban todos locos (de eso estaba muy seguro), pero sin embargo sentía demasiada curiosidad.
Todos ellos actuaban con tanta naturalidad...
Terminé el sandwich y me acerqué al hombre.
-Buen día, ¿cómo le va?
-¿Quién es usted?
-Doctor Achával, mucho gusto
-El gusto es suyo doctor, por favor le pido, si viene a molestarme vaya a perseguir a gente que esté afanando, yo acá no hago nada malo, yo acá estoy trabajando no más.
No entendía la reacción, no combinaba con su demasiado-amable expresión, hasta que caí: vendedor ambulante, yo vestido de traje y zapatos lustrosos, encima presentándome como doctor. Debo haber hecho un gesto mientras pensaba -qué imbésil- porque el tipo sonrió.
-No hombre, yo no lo quiero molestar, es sólo que no entiendo.
-¿Qué es lo que no entiende doctor?
-¿Qué vende usted?
-¿Cómo que qué vendo? ¿No ve usted doctor?
Pensé que lo más inteligente si quería conseguir una respuesta que calmara mi curiosidad cada vez mas insistente, era seguirle la corriente.
-Si, claro que veo. ¿Pero qué son?
-Son esperanzas hombre
Definitivamente no entendía
-¿Es-pe-ran-zas?
El ambulante ya empezaba a impacientarse...
- A ver doctor, ¿ustéd me está tomando el pelo?, le pido por favor que si no va a comprar nada se retire.
(Y si nada era justamente lo que él vendía.). Me entregué al juego completamente rendido, de repente empezando a asumir, con cierta timidez, que el loco era yo, que no podía ver las nadas que la gente compraba contenta -las esperanzas decía el viejo-.
-No... no, yo si quiero comprar.
-Pues elija hombre
(Esto me resultaba bastante complicado)
-¿Qué tiene para ofrecerme?
-Doctor, si usted no sabe menos voy a saber yo
(¿Cómo que él no sabía, si era el vendedor?)
-¿Cómo que usted no sabe?
-A ver doctor, ¿qué ve usted aquí?
(Me señalaba el paño rojo, ya tratándome como a un estúpido).
-Un paño rojo
-¡Pero ya sé hombre, eso lo vemos todos! Arriba del paño, ¿qué hay?, ¡vamos concentresé!
-No hay nada
-¿Nada?
-Nada de nada
(O mucha nada).
Del pronto el gesto de amabilidad viró y todos los rasgos del viejo ocuparon el lugar estratégico de la pre-ocupación...
-A ver, venga hombre, sientesé.
Me senté sin protestar al lado del viejo que tenía el pelo largo y las uñas negras, más negras que la misma piel. Ya no me importaba estar sentado en el piso con un traje de cuatromil pesos, ni que pasara mi jefe (porque el horario del almuerzo ya había terminado) y me viera conversando con un linyera loco que vende nadas -esperanzas digo-.
Lo único que quería era tener la mía.
-Mire doctor... ¿lo puedo tutear?
-Si
-Mirá pibe, yo te voy a dar algo muy especial, un último recurso un es-ou-es, lo tenés que cuidar mucho, pero te va a durar un sólo día, es todo lo que puedo hacer por vos.
Entonces la frase me resultó familiar, entonces me di cuenta de que me tenía lástima, me tenía una fuerte e inevitable lástima. Un linyera a mí.
Me hizo entrega de una cajita de cartón con tres huecos arriba.
-Cuidala mucho ¿eh?, un día nada más.
Me quedé mirándola y supe que era de mala educación abrirla ahí mismo. Entonces me levanté.
-¿Cuánto le debo?
(Y estaba dispuesto a pagar lo que fuera).
-Nada doctor, lleve no más
Una fuerte e inevitable lástima...
-Gracias -dije sin entender si tenía sentido, y me fui.
Cuando llegué a la esquina abrí la cajita y vi una mariposa, perfecta en demasiados sentidos, atontada por la falta de oxígeno o la oscuridad; y fui tan feliz, tan feliz, que no importó saber que al otro día mi vida volvería a ser irremediablemente estúpida y aburrida.

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