miércoles, 30 de marzo de 2011

Brain Storm

El sol sale rematando como el comentario que siempre hace para arreglarla y termina quedando peor.
Se despierta como si hubiera muerto por un par de horas. Los ojos casi despegados se abren sólo lo necesario para recorrer el lugar hasta reconocerlo al fin, y una vez más, es el último donde desearía estar. Trata de palpar el otro lado de la cama, para confirmar la soledad.
Se ayuda con las manos, el sueño todavía no lo deja reaccionar, y se pone en pie.
Esquiva la ropa en el piso para ir directo al baño. Es como si el demonio de Tazmania realmente existiera y estuviese habitando su armario.
Entonces se lava la cara y ya ve con claridad. En el espejo, ese histérico reflejo que mal que mal le es familiar.
Lo examina con detenimiento, no encuentra diferencias con el de ayer, todo en su lugar, pero sigue sintiendo que hoy no es él. No hay orgullo en sus labios, sólo un toque de dignidad.
Se le burla a la ridícula imagen porque el tiempo pasa y, siempre a su pesar, le pesa.
Se queda casi un minuto mirando pero sin mirar, hasta que pesca el valor de preguntar si el suyo propio volverá.
Se le vienen a la cabeza tantos recuerdos que le va a explotar, abre el botiquín y toma una de esas pastillas para no soñar, las que le recomendó Joaquín.
Prende la ducha, es probable que el agua se lleve tanta culpa. Ahora cree en el agua porque el tiempo no cumplió, y una vez le habían dicho que es creer o reventar, y lo que no quiere es que la cabeza le reviente porque después no va a poder pensar, y es probable que repita los errores tan culpables de la culpa, por impulso o por instinto.
Es que el tiempo no se merece que le crean porque es otro de esos maleducados que hablan con la boca llena de mentiras, pero el agua, el agua es más transparente.
Ahora ella por lo menos se empieza a llevar la tensión de los músculos y él vuelve a afirmar que, por el bien de los demás, es mejor ser egoísta.
Ya pasaron 15 minutos y a la impaciente tranquilidad la interrumpe un dejo de conciencia ambiental, la conciencia siempre le aparece con sorpresas. Entiende que lo mejor es cortar y se despide de la ducha, y del agua, que igual que el tiempo no cumple pero al menos le cae bien, quizás por su eterna indecisión de si es hombre o es mujer, no porque tenga problemas con su gusto, pero la palabra indecisión se le había hecho habitual. A lo mejor sea por eso que le otorga el beneficio de la duda una vez más, y le concede otra última oportunidad, o porque así le hubiera gustado que hagan con él, y aunque es mejor ser egoísta, no se olvida.
Olvidar es lo que peor le sale, y no es que tenga buena memoria, pero el tiempo también le prometió enseñar, y de tan buen profesor parece que se olvidó. Ahora que se replantea, ya no siente bronca, ahora le da pena porque es probable que el tiempo sea sólo un pobre tan sobrestimado que hasta creyó.
Se tiñe de ropas y le arregla el pelo al del espejo.
Otra vez uno de esos inoportunos pensamientos interfiere y casi puede ver a la vendedora del lugar donde había comprado ese pantalón, a la que ayer le dijo buen día, permiso y gracias, con la gastada esperanza de que sea ella quien encuentre su amabilidad y se la devuelva por fin, pero otra vez se quedó buscando.
Ya está listo para entrar en escena. Toma las que dicen son sus cosas, abre la puerta del depto. Y otra vez a simular.

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