domingo, 27 de marzo de 2011

Trans-lúcidos

Sonaba Stevie Ray Vaughan, un calor irremediable, aire viciado con sermones, reproches, pasado y otras cosas que hay que dejar salir.
La música ordenaba todo, manipulaba todo en su esencia atmosférica y sensual -the sex and the sax-.
Desprendiendo hormonas en todos los sentidos, dejando que el tiempo haga por ellos todo eso a lo que no se atreven.
Dejando que suceda, pensando poco, muy poco y nada.
¿Y qué hay de malo en dejarse llevar?
Acaso...
¿Acaso aprendieron a planearlo todo, a esperar, a prevenir?
¿Acaso un índice gigante los juzgará hasta la vergüenza?


Tan sólo 24 días cargaban el agobiado atardecer...
Tan sólo 24...

¿Quién nos impide ser felices sino nosotros mismos, cuánto tiempo hacia...?
Quizás dejar de pensar, eso era.
Palabras exhaladas en una respiración, como algo necesario y que debe ser... ante todo debe ser.
Confesiones naturales del envión.
¿Y desde cuándo está prohibido?
¿De cuántas formas la vida nos engaña?
De cuantas formas burocratizamos cosas tan simples, escribiendo manuales eternos sobre qué hacer, cuándo, cómo y por qué hacerlo.
Mejor dejarlo ser, dejarse llevar por el vendaval de impulsos y arranques esquizofrénicos de ternura y lo demás.
Mejor dejar que los cuerpos se entiendan y las almas se trasluzcan; mejor dejar decidir a los sentidos. Mejor dejar de pensar.
¿Quién nos impide ser felices sino nosotros mismos?
¿Cuánto tiempo hacía?
Hacía mucho tiempo, y un calor irremediable.

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